miércoles, 15 de febrero de 2012

El bosque de Reelay


                El bosque de Reelay es un lugar conocido, entre otras cosas, por su enorme extensión y frondosa vegetación. También es destacable que, para el viajero incauto, habitan cientos de peligros fuera del camino principal que conduce a su interior. Uno de los principales peligros es el propio bosque en sí mismo: árboles, enredaderas, zarzas, lianas, toda clase de plantas que poseen vida propia, y constituyen una especie de guardia del bosque. Un grupo de protectores de la naturaleza, que castigarán severamente a todo aquél que se adentre y cause el más mínimo daño al bosque. Sin contar con las pequeñas alimañas, animales pequeños, reptiles pequeños, animales grandes, depredadores pequeños, grandes reptiles, depredadores grandes y animales enormes que lo habitan y constituyen la dieta de determinadas plantas.
 
                Es por esto que rara vez alguien se adentra en el bosque, incluso es raro que la gente se acerque a él. Pero una pareja de siluetas, conocedoras de los peligros que entrañaba el bosque, se acercaban a paso apresurado por el camino que partía de una ciudad cercana. El sol despuntaba en el horizonte, portando la luz de un nuevo día, y el calor propio de la época.
 
                - ¿Se puede saber a qué tanta prisa? No me has dado ningún tipo de detalle de por qué nos dirigimos a Talwos, todavía está amaneciendo, estoy cansado y caminas a un ritmo infernal. A mí no se me ha perdido nada allí. ¿Qué demonios quieres mostrarme?

- Paciencia, amigo mío. Jamás pensé que pudieses quejarte tanto en tan poco tiempo. Además, no te lo pienso decir todavía. Simplemente confía en mí.
 
                El mago torció el gesto. Su castaña barba se encrespó mientras fruncía el entrecejo. Alzó los brazos al cielo, mientras trataba de seguir los pasos de su compañero.
 
                - ¡Ten por lo menos la bondad de caminar más despacio! Me cuesta seguirte…
 
                Su compañero detuvo la marcha. Giró la cabeza para mirar a su amigo desde sus profundos ojos marrones, y sonrió.
 
                - Está bien, Kel… Pero créeme que te va a gustar lo que quiero enseñarte. No es algo común.
 
                El mago alzó la ceja e inclinó la cabeza, al tiempo que se cruzaba de brazos.
 
                - Sabes que me tienes intrigado, Dereth. – dijo, mostrando su interés por el secretismo que su amigo estaba guardando. – Pero por caminar con más sosiego, no desaparecerá, ¿verdad?
 
                - Supongo, pero nunca se sabe. – Dereth se encogió de hombros, volvió a mirar al frente, y reanudó la marcha en cuanto su amigo le alcanzó. Keldros suspiró.
 
                - En fin… Al menos voy contigo. No seré bien recibido allí, y lo sabes.
 
                Dereth sacudió la cabeza.
 
                - Algún día cambiarán. No tendrán alternativa. Simplemente no les sigas el juego.
 
--•--
 
                Talwos era una ciudad que se distribuía en torno al río Ethos, en el corazón del bosque. En ella convivían gentes de diversas razas, todas propias del bosque, mayoritariamente elfos. Esto era fácilmente visible con echar un vistazo a la ciudad: Edificios entre los árboles, con árboles atravesándolos, o incluso construidos en los árboles, entre sus ramas. Puentes colgantes entre árboles, conectando las diversas edificaciones de la ciudad, decoradas con motivos élficos. Una pequeña laguna ocupaba el centro de la ciudad, con aguas prístinas. En la misma habitaban varias especies animales, desde pequeños anfibios e insectos, hasta peces. En el centro de la laguna se alzaba una estatua de piedra blanca, que brillaba con los reflejos del agua. Representaba  a una elfa con la cabeza alzada hacia el cielo, los ojos cerrados y los brazos extendidos hacia el frente, abiertos, con las palmas de las manos hacia arriba. Su pelo largo y liso llegaba hasta la cintura, y dos mechones caían sobre sus hombros. En un frente había incrustado un jade de tamaño considerable, que lucía un tenue fulgor verdoso, reflejado en el espejo que era la laguna a sus pies. Se trataba de la representación de Ylara, diosa élfica de la naturaleza y la vida. A espaldas de la diosa había una cascada, con sendas escaleras a sus lados, que subían hacia un edificio construido sobre el propio río, coronando la ciudad.
 
                Dereth guió a su amigo hacia una pequeña casa apartada en un rincón de la ciudad, ante las miradas de desconfianza de sus habitantes. Keldros percibía estas miradas como temerosas, e incluso alguna amenazadora.
 
                - Es aquí. Verás como el viaje ha merecido la pena.
 
                -Dudo que en esta ciudad haya algo que sea capaz de llamar mi atención. Me desprecian. Más que en el resto de ciudades.
 
                - Ignóralos, no son ellos los que deben llamar tu atención. – Dijo Dereth sacudiendo la cabeza, al tiempo que abría la puerta. – Espero que esté aquí. ¡Hola, he vuelto!
 
                La estancia era pequeña. Había un banco de madera, pegado a la pared, junto a un estante, cargado de libros. Una mesa redonda ocupaba el centro de la sala, cerca de una pequeña despensa. Dos camas ocupaban una pared curva, cada una a un lado de un tronco robusto de madera, que sostenía sendas velas. Sentada en el banco, había una niña leyendo enfrascada uno de los libros de Dereth. Cuando éste entro por la puerta, alzó la vista hacia él. Sus ojos dorados se abrieron de par en par. Se apartó su melena de color oliva, dejó el libro abierto en el banco, y corrió a abrazarse al semielfo. Su vestido violáceo contrastaba con su tez verde pálida.
 
                - ¡Hola! Te he echado de menos… Y me aburría. ¿Dónde has estado?
 
                - Vaya… Ya siento haberte dejado estos días aquí sola, pero tenía que buscar a un amigo. Mira, este es Keldros. Es un mago.
 
                Los dorados ojos de la niña brillaban con emoción, mirando al humano que estaba parado en la puerta de la casa.
 
- Aaaala… ¡Un mago! – La niña tenía la boca abierta, y miraba al mago con admiración.
 
                - …Hola. – Keldros se giró para mirar a Dereth. - ¿Desde cuándo cuidas niñas? ¿Qué es lo que me quieres enseñar?
 
                - Kel… Esta es Taileena. Y ella es la sorpresa.
 
                Keldros reflejó la sorpresa en su rostro, y agitó la cabeza.
 
                - ¿Me estás diciendo que la sorpresa que querías enseñarme, aquello que dijiste que iba a ser algo capaz de captar mi interés es una joven ninfa? Es una broma, ¿no?
 
                Dereth parpadeó con asombro, mirando a su amigo. La pequeña Taileena les miraba, confusa, sin entender de qué estaban hablando.
 
                - Kel… Veo que no bromeas. ¿En serio no lo percibes? Su aura… Esta niña tiene un potencial impresionante. Y además…
 
                - Además, capacidad para desarrollar magia no-natural. –dijo Keldros, con cierta exaltación, al detenerse a observar a Taileena. - ¿Cómo es posible? Parece una ninfa pura…
 
                - Lo es. Ya te contaré su historia en otro momento. No es el lugar apropiado. Te he traído porque creo que aquí su capacidad de va a marchitar.
 
                Keldros asintió con preocupación, con los brazos cruzados.
 
                - En esta ciudad, la magia no-natural está tan mal vista como los extranjeros. O peor. Comprendo. ¿Entonces qué quieres que haga? 
 

--•--
  
                - ¿Traes a un humano a nuestra ciudad, y aun así tienes el descaro de traérnoslo con nosotros a solicitarnos algo?
 
                El consejo de Talwos regía la ciudad. Y eran los mayores promotores de la desconfianza a los extranjeros. Tenían sus motivos, pero habían convertido la desconfianza en un desprecio irracional.
 
                - Por favor, señores del consejo. Les ruego que escuchen nuestra petición. Se trata de algo importante, que no perjudicará a nadie. De hecho, nos beneficiará a todos.
 
                Erathiel, el más anciano de los cinco miembros del consejo de sabios asintió, mostrando su conformidad con que Dereth expusiese su propuesta. El resto de miembros no parecían conformes, no obstante, respetaron la decisión del anciano.
 
                - Proceded, pues. – dijo Lothos, el miembro del consejo sentado en el extremo izquierdo de la mesa con forma de luna menguante.
  
                Dereth se aclaró la garganta. Su voz inundó la oscura estancia.
 
                - Se trata de Taileena. Creo que todos los aquí presentes conocemos de su potencial, y de lo que eso representa. Si ese poder no se controla, si no se encauza hacia una correcta utilización, podría desatarse espontáneamente, cosa que nadie deseamos. Y, como también todos sabemos, las consecuencias para Talwos de un poder mágico descontrolado, pueden ser peligrosas. Y no sólo amenazantes por el hecho de tratarse de magia no-natural…
 
                - ¡Si la educamos correctamente, nunca sabrá de su potencial para con la magia no-natural! ¡Y jamás será capaz de desatar esa energía de forma peligrosa! – Irrumpió Lenneth, la elfa que se hallaba sentada en el lado opuesto de Lothos.
 
                - Una educación basada en la magia natural no basta. La fuente de poder no-natural seguiría estando fuera de su alcance. Y por tanto, incontrolable.
 
                - ¿Cuál es vuestra propuesta, pues? – Preguntó Lerian, sentada a la izquierda de Erathiel, entre éste y Lothos.
  
                - Mi amigo es un mago poderoso. Sería un buen tutor para Taileena. La enseñaría a controlar su poder, de manera que sería consciente de su propio poder,  y por tanto, capaz de controlarlo.
 
                - ¿Cómo pretendéis educarla? ¡La magia no-natural es una ofensa en sí para Talwos! No pensamos permitir que alguien aquí aprenda ese tipo de magia. Harto tenemos con permitirte a ti que campes a tus anchas por aquí. El error que cometió tu madre nos costó caro. Tú eres parte del precio que tuvo que pagar por él. Aunque finalmente pagó un precio mayor. 
 
                La respuesta de Taerus hizo que la mirada de Dereth se oscureciera. Su corazón comenzó a latir muy rápido, sus sienes palpitaban con furia. Apretó los puños con fuerza. Sus dientes rechinaban. Erathiel lo observaba con tranquilidad. Keldros notó la reacción de su amigo, y dio un paso hacia delante.
 
                - Miren, señores del consejo. Sé que me despreciáis. No soy un elfo, ni un gnomo. Ni ninguna raza feérica. Soy humano. Y además, conozco y hago uso del tipo de magia que repudiáis. El simple hecho de estar aquí tampoco es de mi agrado, pero estoy por causas de fuerza mayor. Si no es capaz de controlar su poder, es posible que ese tipo de magia que detestáis se desate en medio de la ciudad. Yo me ofrezco a educarla, para que su poder tenga un control. Tengo la intención de alejarla de Reelay. De este modo, ni vosotros tendréis que temer una explosión mágica desatada, ni mi presencia, ni yo tendré que soportar la atmósfera de ésta ciudad. Por lo que Dereth me ha explicado, a Taileena no le queda nada aquí, tan sólo él. – Se encogió de hombros.- Con el poder que posee, no creo que estéis demasiado interesados en preservarla. Pero aún así, necesitamos vuestro permiso.
 
                Los miembros del consejo se miraron entre sí. Keldros no les agradaba lo más mínimo, y les trataba con el mismo respeto que le profesaban a él. Pero tenía razón. El poder de la niña suponía un peligro. Era una ninfa, pero ostentaba un poder peligroso para su apreciada Talwos. Erathiel se levantó de su asiento, apoyó las manos en la mesa, y se pronunció:

                - Sea. El consejo ha hablado. Si la joven Taileena no se opone a su traslado, podrá viajar con vosotros para aprender a controlar su poder. Os recuerdo que no queremos ninguna exhibición de magia no-natural en todo Reelay. Así que no empecéis a enseñarla hasta hallaros bien lejos del bosque. Espero que os vayáis cuanto antes: recoged lo necesario y marchaos.
 
                Keldros dio una palmada en el hombro de su amigo, que aflojó los puños. Respiró profundamente, se dio la vuelta, y ambos abandonaron la sala.
  
--•--

                Tras entrar en casa de Dereth, recoger unos cuantos libros, unas frutas, y las velas, los tres abandonaron la casa. El semielfo cerró con llave la puerta, dejando escapar una pequeña lágrima que se deslizó por su rostro. Keldros lo miraba con tristeza. Comenzaron a andar, y llegando al camino que les llevaría lejos de Reelay y de su corazón, Talwos, se dieron la vuelta y contemplaron la estatua de Ylara.
 
                - Es… posible que no podamos volver en una temporada, Taileena. – Dijo Dereth, forzando una sonrisa. - ¿Seguro que quieres venir?
 
                - Si. Quiero ir con vosotros. Quiero aprender… Aunque no me dejarán volver nunca.
 
                Keldros se arrodilló junto a la niña, y la miró a los ojos.
 
                - No te preocupes por eso. Si un día decides volver, ellos no son quiénes para impedírtelo. Además, te juro que te enseñaré lo que sé. Y que cuidaré de ti. 
 
                Taileena corrió llorando a abrazar al mago, y éste la rodeó con sus brazos, acariciando su pelo. La sonrisa de Dereth dejó de ser forzada. Pasados unos minutos, el abrazo se rompió, y los tres continuaron su viaje, que les alejaría de Talwos, quizás para siempre.



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