El
bosque de Reelay es un lugar conocido, entre otras cosas, por su enorme
extensión y frondosa vegetación. También es destacable que, para el viajero
incauto, habitan cientos de peligros fuera del camino principal que conduce a
su interior. Uno de los principales peligros es el propio bosque en sí mismo:
árboles, enredaderas, zarzas, lianas, toda clase de plantas que poseen vida
propia, y constituyen una especie de guardia del bosque. Un grupo de
protectores de la naturaleza, que castigarán severamente a todo aquél que se
adentre y cause el más mínimo daño al bosque. Sin contar con las pequeñas
alimañas, animales pequeños, reptiles pequeños, animales grandes, depredadores
pequeños, grandes reptiles, depredadores grandes y animales enormes que lo
habitan y constituyen la dieta de determinadas plantas.
Es por
esto que rara vez alguien se adentra en el bosque, incluso es raro que la gente
se acerque a él. Pero una pareja de siluetas, conocedoras de los peligros que
entrañaba el bosque, se acercaban a paso apresurado por el camino que partía de
una ciudad cercana. El sol despuntaba en el horizonte, portando la luz de un
nuevo día, y el calor propio de la época.
- ¿Se
puede saber a qué tanta prisa? No me has dado ningún tipo de detalle de por qué
nos dirigimos a Talwos, todavía está amaneciendo, estoy cansado y caminas a un
ritmo infernal. A mí no se me ha perdido nada allí. ¿Qué demonios quieres
mostrarme?
- Paciencia, amigo mío. Jamás pensé que pudieses quejarte
tanto en tan poco tiempo. Además, no te lo pienso decir todavía. Simplemente
confía en mí.
El mago
torció el gesto. Su castaña barba se encrespó mientras fruncía el entrecejo.
Alzó los brazos al cielo, mientras trataba de seguir los pasos de su compañero.
- ¡Ten
por lo menos la bondad de caminar más despacio! Me cuesta seguirte…
Su
compañero detuvo la marcha. Giró la cabeza para mirar a su amigo desde sus
profundos ojos marrones, y sonrió.
- Está
bien, Kel… Pero créeme que te va a gustar lo que quiero enseñarte. No es algo
común.
El mago
alzó la ceja e inclinó la cabeza, al tiempo que se cruzaba de brazos.
- Sabes
que me tienes intrigado, Dereth. – dijo, mostrando su interés por el secretismo
que su amigo estaba guardando. – Pero por caminar con más sosiego, no
desaparecerá, ¿verdad?
-
Supongo, pero nunca se sabe. – Dereth se encogió de hombros, volvió a mirar al
frente, y reanudó la marcha en cuanto su amigo le alcanzó. Keldros suspiró.
- En
fin… Al menos voy contigo. No seré bien recibido allí, y lo sabes.
Dereth
sacudió la cabeza.
- Algún
día cambiarán. No tendrán alternativa. Simplemente no les sigas el juego.
--•--
Talwos era
una ciudad que se distribuía en torno al río Ethos, en el corazón del bosque.
En ella convivían gentes de diversas razas, todas propias del bosque,
mayoritariamente elfos. Esto era fácilmente visible con echar un vistazo a la
ciudad: Edificios entre los árboles, con árboles atravesándolos, o incluso
construidos en los árboles, entre sus ramas. Puentes colgantes entre árboles,
conectando las diversas edificaciones de la ciudad, decoradas con motivos
élficos. Una pequeña laguna ocupaba el centro de la ciudad, con aguas
prístinas. En la misma habitaban varias especies animales, desde pequeños
anfibios e insectos, hasta peces. En el centro de la laguna se alzaba una estatua
de piedra blanca, que brillaba con los reflejos del agua. Representaba a una elfa con la cabeza alzada hacia el
cielo, los ojos cerrados y los brazos extendidos hacia el frente, abiertos, con
las palmas de las manos hacia arriba. Su pelo largo y liso llegaba hasta la
cintura, y dos mechones caían sobre sus hombros. En un frente había incrustado
un jade de tamaño considerable, que lucía un tenue fulgor verdoso, reflejado en
el espejo que era la laguna a sus pies. Se trataba de la representación de
Ylara, diosa élfica de la naturaleza y la vida. A espaldas de la diosa había
una cascada, con sendas escaleras a sus lados, que subían hacia un edificio construido
sobre el propio río, coronando la ciudad.
Dereth
guió a su amigo hacia una pequeña casa apartada en un rincón de la ciudad, ante
las miradas de desconfianza de sus habitantes. Keldros percibía estas miradas
como temerosas, e incluso alguna amenazadora.
- Es
aquí. Verás como el viaje ha merecido la pena.
-Dudo
que en esta ciudad haya algo que sea capaz de llamar mi atención. Me
desprecian. Más que en el resto de ciudades.
-
Ignóralos, no son ellos los que deben llamar tu atención. – Dijo Dereth
sacudiendo la cabeza, al tiempo que abría la puerta. – Espero que esté aquí.
¡Hola, he vuelto!
La
estancia era pequeña. Había un banco de madera, pegado a la pared, junto a un
estante, cargado de libros. Una mesa redonda ocupaba el centro de la sala,
cerca de una pequeña despensa. Dos camas ocupaban una pared curva, cada una a
un lado de un tronco robusto de madera, que sostenía sendas velas. Sentada en
el banco, había una niña leyendo enfrascada uno de los libros de Dereth. Cuando
éste entro por la puerta, alzó la vista hacia él. Sus ojos dorados se abrieron
de par en par. Se apartó su melena de color oliva, dejó el libro abierto en el
banco, y corrió a abrazarse al semielfo. Su vestido violáceo contrastaba con su
tez verde pálida.
-
¡Hola! Te he echado de menos… Y me aburría. ¿Dónde has estado?
- Vaya…
Ya siento haberte dejado estos días aquí sola, pero tenía que buscar a un
amigo. Mira, este es Keldros. Es un mago.
Los
dorados ojos de la niña brillaban con emoción, mirando al humano que estaba
parado en la puerta de la casa.
- Aaaala… ¡Un mago! – La niña tenía la boca abierta, y
miraba al mago con admiración.
-
…Hola. – Keldros se giró para mirar a Dereth. - ¿Desde cuándo cuidas niñas?
¿Qué es lo que me quieres enseñar?
- Kel…
Esta es Taileena. Y ella es la sorpresa.
Keldros
reflejó la sorpresa en su rostro, y agitó la cabeza.
- ¿Me
estás diciendo que la sorpresa que querías enseñarme, aquello que dijiste que
iba a ser algo capaz de captar mi interés es una joven ninfa? Es una broma,
¿no?
Dereth
parpadeó con asombro, mirando a su amigo. La pequeña Taileena les miraba,
confusa, sin entender de qué estaban hablando.
- Kel…
Veo que no bromeas. ¿En serio no lo percibes? Su aura… Esta niña tiene un
potencial impresionante. Y además…
-
Además, capacidad para desarrollar magia no-natural. –dijo Keldros, con cierta
exaltación, al detenerse a observar a Taileena. - ¿Cómo es posible? Parece una
ninfa pura…
- Lo
es. Ya te contaré su historia en otro momento. No es el lugar apropiado. Te he
traído porque creo que aquí su capacidad de va a marchitar.
Keldros
asintió con preocupación, con los brazos cruzados.
- En esta
ciudad, la magia no-natural está tan mal vista como los extranjeros. O peor.
Comprendo. ¿Entonces qué quieres que haga?
--•--
-
¿Traes a un humano a nuestra ciudad, y aun así tienes el descaro de traérnoslo
con nosotros a solicitarnos algo?
El consejo
de Talwos regía la ciudad. Y eran los mayores promotores de la desconfianza a
los extranjeros. Tenían sus motivos, pero habían convertido la desconfianza en
un desprecio irracional.
- Por
favor, señores del consejo. Les ruego que escuchen nuestra petición. Se trata
de algo importante, que no perjudicará a nadie. De hecho, nos beneficiará a
todos.
Erathiel,
el más anciano de los cinco miembros del consejo de sabios asintió, mostrando
su conformidad con que Dereth expusiese su propuesta. El resto de miembros no
parecían conformes, no obstante, respetaron la decisión del anciano.
-
Proceded, pues. – dijo Lothos, el miembro del consejo sentado en el extremo
izquierdo de la mesa con forma de luna menguante.
Dereth
se aclaró la garganta. Su voz inundó la oscura estancia.
- Se
trata de Taileena. Creo que todos los aquí presentes conocemos de su potencial,
y de lo que eso representa. Si ese poder no se controla, si no se encauza hacia
una correcta utilización, podría desatarse espontáneamente, cosa que nadie
deseamos. Y, como también todos sabemos, las consecuencias para Talwos de un
poder mágico descontrolado, pueden ser peligrosas. Y no sólo amenazantes por el
hecho de tratarse de magia no-natural…
- ¡Si
la educamos correctamente, nunca sabrá de su potencial para con la magia
no-natural! ¡Y jamás será capaz de desatar esa energía de forma peligrosa! –
Irrumpió Lenneth, la elfa que se hallaba sentada en el lado opuesto de Lothos.
- Una
educación basada en la magia natural no basta. La fuente de poder no-natural
seguiría estando fuera de su alcance. Y por tanto, incontrolable.
- ¿Cuál
es vuestra propuesta, pues? – Preguntó Lerian, sentada a la izquierda de
Erathiel, entre éste y Lothos.
- Mi
amigo es un mago poderoso. Sería un buen tutor para Taileena. La enseñaría a
controlar su poder, de manera que sería consciente de su propio poder, y por tanto, capaz de controlarlo.
- ¿Cómo
pretendéis educarla? ¡La magia no-natural es una ofensa en sí para Talwos! No
pensamos permitir que alguien aquí aprenda ese tipo de magia. Harto tenemos con
permitirte a ti que campes a tus anchas por aquí. El error que cometió tu madre
nos costó caro. Tú eres parte del precio que tuvo que pagar por él. Aunque
finalmente pagó un precio mayor.
La
respuesta de Taerus hizo que la mirada de Dereth se oscureciera. Su corazón
comenzó a latir muy rápido, sus sienes palpitaban con furia. Apretó los puños
con fuerza. Sus dientes rechinaban. Erathiel lo observaba con tranquilidad.
Keldros notó la reacción de su amigo, y dio un paso hacia delante.
-
Miren, señores del consejo. Sé que me despreciáis. No soy un elfo, ni un gnomo.
Ni ninguna raza feérica. Soy humano. Y además, conozco y hago uso del tipo de
magia que repudiáis. El simple hecho de estar aquí tampoco es de mi agrado,
pero estoy por causas de fuerza mayor. Si no es capaz de controlar su poder, es
posible que ese tipo de magia que detestáis se desate en medio de la ciudad. Yo
me ofrezco a educarla, para que su poder tenga un control. Tengo la intención
de alejarla de Reelay. De este modo, ni vosotros tendréis que temer una
explosión mágica desatada, ni mi presencia, ni yo tendré que soportar la
atmósfera de ésta ciudad. Por lo que Dereth me ha explicado, a Taileena no le
queda nada aquí, tan sólo él. – Se encogió de hombros.- Con el poder que posee,
no creo que estéis demasiado interesados en preservarla. Pero aún así,
necesitamos vuestro permiso.
Los
miembros del consejo se miraron entre sí. Keldros no les agradaba lo más
mínimo, y les trataba con el mismo respeto que le profesaban a él. Pero tenía
razón. El poder de la niña suponía un peligro. Era una ninfa, pero ostentaba un
poder peligroso para su apreciada Talwos. Erathiel se levantó de su asiento,
apoyó las manos en la mesa, y se pronunció:
- Sea.
El consejo ha hablado. Si la joven Taileena no se opone a su traslado, podrá
viajar con vosotros para aprender a controlar su poder. Os recuerdo que no
queremos ninguna exhibición de magia no-natural en todo Reelay. Así que no
empecéis a enseñarla hasta hallaros bien lejos del bosque. Espero que os vayáis
cuanto antes: recoged lo necesario y marchaos.
Keldros
dio una palmada en el hombro de su amigo, que aflojó los puños. Respiró
profundamente, se dio la vuelta, y ambos abandonaron la sala.
--•--
Tras
entrar en casa de Dereth, recoger unos cuantos libros, unas frutas, y las
velas, los tres abandonaron la casa. El semielfo cerró con llave la puerta,
dejando escapar una pequeña lágrima que se deslizó por su rostro. Keldros lo
miraba con tristeza. Comenzaron a andar, y llegando al camino que les llevaría
lejos de Reelay y de su corazón, Talwos, se dieron la vuelta y contemplaron la
estatua de Ylara.
- Es… posible
que no podamos volver en una temporada, Taileena. – Dijo Dereth, forzando una
sonrisa. - ¿Seguro que quieres venir?
- Si.
Quiero ir con vosotros. Quiero aprender… Aunque no me dejarán volver nunca.
Keldros
se arrodilló junto a la niña, y la miró a los ojos.
- No te
preocupes por eso. Si un día decides volver, ellos no son quiénes para
impedírtelo. Además, te juro que te enseñaré lo que sé. Y que cuidaré de ti.
Taileena
corrió llorando a abrazar al mago, y éste la rodeó con sus brazos, acariciando
su pelo. La sonrisa de Dereth dejó de ser forzada. Pasados unos minutos, el
abrazo se rompió, y los tres continuaron su viaje, que les alejaría de Talwos,
quizás para siempre.