- ¡Qué
bien he dormido!- Laszlo se incorporó en la cama, desperezándose con un amplio
estiramiento, al tiempo que bostezaba.- La verdad es que esta posada es un
auténtico lujo. Y a buen precio. Tenemos que volver algún día, ¿eh, Red?
El familiar
respondió con un siseo. Estaba nervioso, mucho más de lo que era habitual en
él. Daba vueltas por la mesilla de noche, incansable, apremiando a Laszlo. Éste
le miró con cara de preocupación.
- ¿Qué
ocurre?- El joven mago se levantó rápidamente, poniéndose sus botas y su capa.
Oía voces en el piso inferior, alborotadas, sin parecer que se tratase de
ninguna trifulca. Extendió la mano hacia la mesilla para que su pequeño acompañante
subiese a su cuerpo, y salió rápidamente por la puerta, en dirección al piso
inferior.
No
había nadie en la estancia principal de la posada. Las voces provenían del
exterior. La potente voz del regente del local destacaba entre las otras. La
puerta que daba al exterior estaba abierta de par en par, pero no entraba luz
alguna por ella. Laszlo se dirigió hacia la puerta para salir al exterior, y la
visión que tuvo al hallarse fuera fue sobrecogedora.
En lo
alto del oscurecido cielo se hallaba un anillo ardiente, como único rastro del
sol eclipsado. Una leve luz rojiza bañaba la escena, proveniente de una columna
de luz potente que se alzaba en la distancia, hacia el norte. Una sombra alada
surcaba el cielo en dirección al haz de luz y se perdía tras el monte Aephos. Un
grupo de personas se había reunido cerca de la posada, entre los que estaban
tanto los ocupantes de la misma como algunos habitantes del pueblo. El enano
gritó:
- ¡Por
los cuernos de Madorek! ¿¡Eso era un dragón!?
- Eso
parece Ionak. Es impresionante…- Respondió la persona encapuchada que había la
noche anterior en la posada. Su voz, si bien era dura, era femenina.
- ¿Y
qué demonios es esa columna de luz hacia la que se dirige? ¿¡Y el eclipse!?
- Creo
que el eclipse no es natural. Al menos no teníamos ni idea de que se fuese a
producir. Y eso que consultamos antes de iniciar cada viaje a un erudito para
que nos confirmase el tiempo que iba a hacer.- Dijo uno de los mercaderes que
se alojaban en la posada.
- No
creo que mucha gente pueda predecir un fenómeno así, pero de todos modos,
tampoco creo que sea natural. El pilar de luz al menos, no puede serlo. Y no
creo que sea una coincidencia.
Los
presentes volvieron sus miradas hacia Laszlo tras oír su comentario. Bajo la
capucha de la desconocida, un ojo rojo emitió un fulgor intenso.
- ¡Ah,
eres tú muchacho! ¿Has visto ese dragón? Bueno, y todo lo que está ocurriendo…
Jamás había visto nada igual. ¡Y créeme muchacho, he visto muchas cosas!
- ¿De
dónde creéis que sale esa columna luminosa?- Preguntó uno de los mercaderes.
- Con
el monte Aephos es difícil decirlo. No nos permite ver la base. Pero diría que
lejos. Aunque el dragón ha pasado bastante cerca… - Respondió uno de los
habitantes de Leinhar.
- ¡No
tiene que ver! Al menos no se ha fijado en nosotros. Podría habernos ocasionado
problemas.- Respondió Ionak.
- Tengo
la impresión de que no le importamos lo más mínimo. Estaba de paso.- Respondió
la encapuchada, mirando al cielo para después volver a mirar al joven mago.-
¿Qué opinas?
- Pues…
Por una parte me gustaría creer que se trata de un fenómeno provocado, de
origen mágico. Pero por otro lado, soy incapaz de imaginar una fuente de
energía tan poderosa como para permitir a alguien hacer esto. Y el hecho de que
un dragón se dirija hacia allí me hace dudar más aun. No sé… no lo sé.- La
mirada de la desconocida seguía clavada en él, atrayendo el resto de las
miradas hacia él.
-
Daewynn, no creo que el muchacho pueda comprender tampoco qué está ocurriendo.-
dijo Ionak, volviéndose hacia la muchacha.- No le pongas más nervioso.
- Es un
mago, Ionak. Me cuesta creer que no te hayas dado cuenta.
- Lo
sé, pero tal vez no comprenda mejor que nosotros lo que está ocurriendo.
Todos
los presentes volvieron la mirada hacia el cielo. El anillo de fuego que era el
sol emitió un fulgor potente. El haz de luz se disipó, y la luna comenzó a
abrir camino de nuevo a la luz solar. Al cabo de unos minutos, del excepcional
fenómeno tan sólo quedaba el color rojizo del cielo y el recuerdo grabado en la
mente de los que presenciaron aquel acontecimiento. Red todavía mantenía un
leve destello rojizo en los ojos, mientras observaba el punto en el que el
dragón desapareció de su vista, tras el gran Aephos.