Leihnar
era un pueblo muy pequeño, custodiado por la atenta mirada del monte Aephos.
Los lugareños estaban acostumbrados a su apacible vida como labriegos y
leñadores. Madrugaban para trabajar y al caer la noche, se refugiaban en sus
viviendas para acabar el día junto al fuego ardiente de sus hogares. A esas
horas, dudaba encontrarse con nadie, puesto que ya era de noche. Sabía que,
pese a ser un pueblo muy pequeño, tenía una posada que se mantenía a base de
los comerciantes que empleaban esa ruta. Reconoció el local a lo lejos gracias
al cartel que colgaba en lo alto de la pared de su segundo piso.
Laszlo
abrió la puerta con cuidado, entrando en el local bañado por la luz cálida de
las velas y el hogar ardiendo al fondo de la sala. Se acercó al mostrador que
había frente a la puerta, mientras un hombre menudo con una poblada barba negra
entraba en la estancia desde detrás del mostrador.
-
¡Bienvenido al Descanso Dorado, forastero! ¿En qué te puedo ayudar?
-
¿Tenéis alguna habitación libre?
- Quedan
un par de ellas esta noche, tienes suerte. Si te interesa, la tarifa por noche
es de 20 Tyn.
- Me la
quedo, gracias.- dijo el joven mago mientras dejaba sobre el mostrador un par
de monedas.- ¿Servís cena y bebida en este local?
- ¡Por
supuesto muchacho! Acércate al fuego, te traeré un delicioso asado y la mejor
cerveza de la comarca.- Dicho esto, el posadero desapareció de la estancia por
el mismo sitio por el que entró. Laszlo se giró hacia el fuego, y fue a
sentarse en una de las seis mesas que estaban libres, cerca del fuego. Allí, se
quitó la capa y observó a su alrededor. La posada no era muy ostentosa, lo cual
era lógico tratándose de un pueblo pequeño. Algunas armas colgaban de las
paredes, a modo de decoración. En el suelo yacían sendas pieles de oso, pardas
y blancas. Exceptuando esto, el local era más bien austero. Un par de hombres
charlaban y se reían a carcajadas, brindando, en una de las mesas. En otra
había una figura en la que Red tenía los ojos clavados: una persona sentada en
silencio, solitaria, en la mesa más alejada del fuego. Una capa oscura impedía
reconocer ningún rasgo del mismo, si bien a Laszlo le pareció ver un débil
resplandor rojo bajo la capucha. El dueño de la posada reapareció cargando con
una bandeja que contenía carne asada y una generosa jarra de cerveza. El enano
se acercó a la mesa y dejó la bandeja frente al mago.
-
Disfruta de la cena muchacho: no has probado un asado de oso como éste en tu
vida. ¡Y apuesto a que tampoco has probado nunca cerveza semejante! ¡Que aproveche!
-
Muchas gracias.
Laszlo
sacó un pequeño saquito que contenía la cena de Red, basada en algunos pequeños
insectos.
- Que
aproveche Red.- Dijo, a lo que el pequeño familiar sacó su lengua en señal de
respuesta.
-•-
Acabada
la cena, y satisfecho, Laszlo se levantó y se dirigió al enano, que estaba
charlando con los dos hombres de la otra mesa.
- Una
cerveza excelente, señor. ¿Podríais indicarme cual es mi habitación?
- La
segunda a la izquierda nada más subir las escaleras. Buenas noches muchacho.
-
Buenas noches.
Mientras
caminaba hacia las escaleras, que estaban junto al mostrador, dirigió una
última mirada a la persona solitaria, que seguía allí, esta vez sentada en un
banco junto a la pared exterior.
-
Buenas noches.
La
persona giró la cabeza hacia él, aun siendo imposible reconocer rasgo alguno, y
respondió.
-
…Buenas noches.
Laszlo
subió las escaleras, intrigado por aquél sujeto. Era completamente desconocido,
y su ansia de conocimiento le hacía pensar en él. Entró en la habitación, dejó
la capa sobre una silla, se quitó las botas y se tumbó en la cama. El pequeño
lagarto le miró y sacó la lengua desde el borde del cajón de la mesa de noche,
en el cual se había metido.
-
Buenas noches Red. Que descanses.